jueves, 9 de julio de 2009

Gripe A

Una amiga y su familia han pasado la gripe A: su marido, su hija mayor y ella como un catarro fuerte; la pequeña, de ocho años, estuvo ingresada en un centro sanitario privado del norte de Madrid, donde le diagnosticaron asma. Al cabo de un par de días, aunque la niña tenía fiebre y dificultades respiratorias, le dieron el alta. Mi amiga es una mujer luchadora. Por eso, a las pocas horas la llevó al servicio de urgencias del hospital público La Paz. Tras hacerle varias pruebas que habían obviado los médicos de la clínica privada, diagnosticaron a su hija gripe A y neumonía. De no ser por el empeño de su madre, podría haber perdido la vida. Y todo porque los gestores de la elegante clínica a la que había acudido prefieren ahorrar en personal y en pruebas en lugar de en metros cuadrados por habitación.

Durante esos mismos días Dalila, una joven embarazada de 20 años, fue varias veces a los servicios públicos de salud de la Comunidad de Madrid con fiebre alta, dificultades respiratorias y dolor abdominal. Hasta la cuarta visita a urgencias no quedó ingresada en el hospital Gregorio Marañón. Le diagnosticaron una neumonía como consecuencia del virus H1N1 y empezaron a suministrarle antivirales. Su hijo está recuperándose en una incubadora, porque nació prematuramente a través de cesárea. Pero no conocerá a su madre. Fue la primera víctima mortal de esta dolencia en España.

Ayer se produjo en Canarias el segundo fallecimiento. Según los periódicos, era un hombre de 41 años con una patología crónica previa. Al contrario de lo que sucede con la gripe común, esta variedad parece afectar en mayor medida a los menores de 45 años. Sin embargo, al igual que sucede con aquella, la gripe en sí no es letal. Lo son las infecciones asociadas. Aunque se contagia con más facilidad, suele provocar síntomas más leves. Sin embargo, según supimos después de la muerte de Dalila, puede ser especialmente virulenta en el caso de las mujeres embarazadas. Hoy leo que podría suceder lo mismo con las personas con sobrepeso.

¿A quién se le ocurre estar gordo, con lo que molan los diseños que vemos en las principales pasarelas de moda? ¿Y quedarse embarazada, tal y como está el mundo?

Cuando se registraron los primeros casos en México y Estados Unidos de lo que en un principio fue bautizado como "gripe porcina", las noticias sobre esta cuestión ocuparon la primera plana de los diarios y abrieron todos los informativos de radio y televisión durante varios días. Los más aprensivos miraban con recelo a los compañeros de viaje que tosían o estornudaban en el autobús y el metro. Incluso mi empresa dio diez días de vacaciones a un empleado que acababa de regresar de unas vacaciones en México para que no se disparara el absentismo laboral a causa de la gripe A.

¡Tras el sida y la gripe aviar, una nueva peste mortal amenaza el planeta!

Tranquilos. Hay superhéroes que velan por nosotros: las compañías farmacéuticas. Para evitar la catástrofe contamos ya con dos aliados: el zanamivir y el osetamivir, principio activo del popular Tamiflú, que conocimos hace unos años como remedio para la gripe aviar. En esa ocasión, el Gobierno español adquirió diez millones de dosis de un medicamento que distribuye la suiza Roche pero cuya patente pertenece a la empresa estadounidense Gilead, entre cuyos fundadores figura el ex secretario de Defensa de EE.UU. Donald Rumsfeld. Además, se prevé que para octubre estén listas las primeras vacunas.

Entre los aficionados a las conspiraciones circulan los rumores sobre un virus creado artificialmente para llenar las arcas de las compañías farmacéuticas o para asesinar a Barack Obama (la gripe A fue identificada en México justo cuando el presidente estadounidense estaba visitando este país) y sobre los presuntos planes de Nicolas Sarkozy de imponer la obligatoriedad de vacunarse contra la gripe A a todos los ciudadanos franceses.

No discuto que los ejecutivos de las farmacéuticas no se hayan frotado las manos ante la pandemia (así la ha calificado la Organización Mundial de la Salud refiriéndose a la expansión de la enfermedad, no a su gravedad). Pero, pese a que el ser humano ha dado muestras a lo largo de la historia de ser capaz de desarrollar los planes más retorcidos para ganar dinero, en este caso me inclino a pensar que el H1N1 ha surgido espontáneamente debido a la facilidad con la que mutan los virus de la gripe: de la común, de la aviar, de la porcina y de las variedades que nacerán en el futuro. De hecho, si la gente se tiene que vacunar anualmente de la gripe no es porque se tenga que administrar una dosis de recuerdo, como sucede, por ejemplo, con la vacuna del tétanos. Se debe a que el virus se transforma y, por tanto, la vacuna del año anterior ya no protege del contagio.

En mi opinión, la información que se dio al principio sobre la gripe A fue inadecuadamente alarmista. ¿Por qué? La respuesta es quizá una combinación de varios factores: la afición de los medios de comunicación a magnificar cualquier hecho, por muy banal que sea -"el mejor partido de fútbol de la historia", "la peor crisis desde 1929"...-, los intereses comerciales de sus anunciantes y lo cómoda que resulta una población dócil a causa de un virus bastante extendido, el del miedo: al terrorismo islámico, a que el banco te embargue la casa, a que el vecino de rasgos asiáticos te quite el trabajo...

La gripe común ocasiona entre 250.000 y 500.000 muertes anuales. Todavía no he visto que este dato merezca un titular en primera plana. Según la OMS, hasta hoy se han producido en todo el mundo 470 muertes debidas a la gripe A. Y los países del hemisferio sur se encuentran ya en pleno invierno.

Ahora bien, el hecho de que los síntomas de la nueva gripe sean leves en la mayoría de los casos no resta responsabilidades a las autoridades sanitarias. Tras la muerte de Dalila, la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, y el consejero madrileño de Salud, Juan José Güemes, salieron a la palestra para asegurar que se había respetado el protocolo sanitario en el caso de la joven fallecida. Vaya, no había caído en lo afortunados que somos por disfrutar de un protocolo sanitario que permite enviar a su casa en tres ocasiones a una mujer embarazada con fiebre y dolor abdominal.

Esta misma semana me han llamado la atención dos artículos que ha publicado El País. El primero es una noticia de la sección local que señala que, según un estudio de la Asociación Médica Colegial (basado en datos oficiales estatales y autonómicos), en la última década el número de camas hospitalarias (tanto públicas como privadas) se ha reducido en un 23% en la Comunidad de Madrid. Y no es que la población haya decrecido precisamente.

Pero no es un caso aislado. Este es el encabezamiento de la segunda información a la que me refería: "La privada conquista la tarta sanitaria pública. PP y PSOE repiten modelo en todas las autonomías: externalizar servicios para sortear deuda y listas de espera". Asimismo, el reportaje recoge un dato muy significativo: según un informe de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública (que está integrada en gran medida por profesionales sanitarios), en 1980 las arcas públicas cubrían el 81% del gasto sanitario, mientras que en 2007 esta cifra se había reducido al 70%.

Los defensores del modelo privado de gestión sanitaria aducen que es más eficaz. Desde luego. Dar el alta a una niña de ocho años con fiebre y neumonía resulta de lo más eficaz... para forrarse a costa de la salud de los pacientes, cuando no de su vida.

No estoy en contra de introducir criterios de gestión racionales en la Sanidad ni en ningún otro sector. Tampoco estoy en contra de la iniciativa privada. Lo que me parece moralmente intolerable es que el lucro prevalezca sobre la vida de los pacientes. Y creo nadie puede discutirme que racanear pruebas e intervenciones y reducir plantillas y número de camas deteriora la calidad del servicio.

Sé por experiencia propia y ajena que tanto en la empresa pública como en la privada hay empleados trabajadores y brillantes y empleados incompetentes y vagos, gestores estupendos y gestores nefastos, gastos razonables y derroches absurdos... Por eso no veo en qué nos puede beneficiar que la Sanidad sea gestionada por entidades privadas.

El discurso político se ha pervertido tanto en los últimos años que defender una sanidad pública universal y de calidad hace que algunos te miren como si fueras la reencarnación de Stalin. Pues muy bien. Me importa un pito. Estoy convencida de que es un derecho fundamental. Al fin y al cabo, está ligado a garantizar la vida y el bienestar de los ciudadanos. Y si eso no es un objetivo básico para los políticos que defienden la Constitución a capa y espada, apaga y vámonos.

Pero he empezado aludiendo a la gripe A. Yo estoy bastante tranquila, la verdad, porque estoy casi segura de que, si la llego a padecer, será en su modalidad más leve. ¡Ay, no, que me sobran unos cuantos kilos! Uf, y encima he sido fumadora durante muchos años. ¡Vaya por Dios!

2 comentarios:

  1. Dice un viejo refrán “el ojo del amo engorda al caballo”. El primer caso que cuentas no responde nada más que a lo que hubiera hecho cualquier madre, alarmada por la epidemia y preocupada por la salud de su pequeña.
    Indolentes hay dondequiera, aunque nos duela verlo. Y “sin querer” cobran vidas, y después no se enteran, como el segundo caso que pones como ejemplo, o los muertos por infartos, accidentes cerebro-vasculares y otras enfermedades ante las que mi abuela diría “Fulanito murió de repente”.
    Esa pandemia es peor que cualquier virus, es la que nos estresa día a día ante un empleado que no hace su trabajo, ante una larga fila para un trámite burocrático, una llamada telefónica a un personaje X que nunca está, o que siempre está reunido, o que no tiene respuestas para ti: la indolencia, la incompetencia, la negligencia, la indiferencia.
    Y está en tu país, y en el mío, y en el otro, y en el otro... Y no tiene que ver con el sector privado o estatal. Es una de las peores cualidades del ser humano (de algunos seres humanos): una verdadera y auténtica pandemia.
    Del virus H1N1 saldremos, ya los grandes laboratorios farmacéuticos se están ocupando, ya hay vacunas, ya están preparando las patentes… Y del otro virus ¿saldremos alguna vez?

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  2. Pero ¿cómo que no tiene nada que ver el sector público y el privado? Vaya que no: simplemente, piensa, Ileana, el objetivo de la empresa privada es el beneficio, el primero y el último. Por tanto, me parece que Belén lo ha expuesto con mucha claridad: más metros de habitación, menos asistencia y ahorro en pruebas. Vamos que dos y dos son cuatro, si los Chicago boys no se han inventado alguna estratagema nueva para vendernos la burra, como llevan haciendo treinta años desde la era Reagan, pasando por todos y cada uno de los políticos comparsa de esta Nueva Era de la Privatización. En cuanto a la burbuja psicológica y mental que nos asola, tengo noticias para ti: se alimenta cada día con más basura (miedos, terrores, fobias, odios, rabias y peleles a los que apalear para que paguen el pato de todo lo que sucede, ahora les llaman “muñecas rotas”) para que la máquina siga bien engrasada. Y ahí enlazo con todas las epidemias, una detrás de otra, que nos hacen cada día más esclavos, más aterrorizados y con más problemas mentales. Y, si no, que se lo pregunten a la OMS y sus estadísticas.

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