domingo, 19 de julio de 2009

San Pancracio

Mi frutero nació en Bombay. Es alto y amable. Tiene la piel oscura y sonríe a menudo. Hace unos meses, cuando llegó al barrio, no siempre le entendía cuando me hablaba, pero su castellano ha mejorado de forma espectacular desde entonces. En su tienda compro melocotones y sandías con un sabor tan dulce e intenso como los de la fruta que comía de pequeña.

Vivo en un barrio de clase media, esa ambigua categoría que engloba por igual a los jóvenes mileuristas y a los señorones que pasean sus todoterrenos por el asfalto de Madrid mirándonos desde lo alto con aire de marqueses.

Junto a la caja registradora mi frutero tiene una estampita de San Pancracio y una figura de plástico de la Virgen de Lourdes llena de agua bendita, una versión cutre de la que recuerdo que trajo mi abuela materna del santuario francés cuando yo tenía cinco años.

Cuando los vi mi primera reacción fue criticar mentalmente a la clienta que imaginaba que se los había regalado: una señora como la que me encontré una tarde en el establecimiento. "¿Qué patatas son mejores para freír?", preguntó ante dos cajas con precios distintos. "Las de la izquierda", respondió el hombre. "¿Seguro? ¿No me engañas?". No suelo intervenir en las conversaciones ajenas, pero en aquella ocasión no pude reprimir una exclamación tan vehemente que quizá mereció que alguien me dijera que me metiera en mis asuntos: "¡Señora, por favor, si son las más baratas!".

¿Qué grado de ignorancia es necesario para desconfiar de alguien simplemente porque no ha nacido en tu país o para respetarlo tan poco que tienes que imponerle tus creencias?, me pregunté indignada al ver la estampita.

Más tarde lo pensé mejor. Lo más probable es que el San Pancracio y la botellita con forma de Virgen de Lourdes fueran regalos de clientas agradecidas cuya única intención era transmitirle sus mejores deseos de la forma en la que les han enseñado a hacerlo, igual que mis abuelas rezaban por mí... o igual que yo volvía a ponerme la camiseta y los vaqueros que llevaba el día que hice aquel examen que me salió tan bien para garantizarme una buena nota en el siguiente.

¿Pura superstición? Seguramente. Pero con un objetivo loable en ambos casos.

Tiene que resultar muy tranquilizador confiar a un ser supremo tu destino, creer en su infinita bondad y generosidad, atribuir los tropiezos y las malas rachas a un creador invisible o a la mala suerte en lugar de a tus errores, estar seguro de que la muerte no es más que un tránsito hacia otra vida, confiar en que en el otro lado volverás a encontrarte con esas personas que desaparecieron y que echas tanto de menos... Yo no tengo esa suerte, pese a mi educación católica, quizá porque veo pocas personas que sigan lo que, según me enseñaron, es la gran máxima de la religión mayoritaria en mi país: amar a los demás como a uno mismo.

¿Aman a los demás quienes desean la cárcel para las adolescentes que abortan tras haber quedado embarazadas o para los médicos que las ayudan? ¿Aman a los demás quienes denuncian imaginarias conspiraciones contra su modelo de familia? ¿Aman a los demás quienes odian a quienes no piensan y no viven como ellos?

Por otro lado, quizá mi hiperdesarrollado sentido de la responsabilidad -o puede que el sentimiento de culpabilidad que impera en la cultura judeocristiana, otra tremenda contradicción- me incapacita para ceder mi destino a alguien ajeno a este mundo. Tampoco me convierte en defensora de la supervivencia del alma ninguno de los descubrimientos de las neurociencias. Ahora resulta que los pensamientos y las emociones son producto de reacciones químicas que se producen en el cerebro. ¿Qué sucederá cuando mi cerebro se apague?

Sin embargo, la práctica de la meditación -a la que dedicaré otro artículo- me ha demostrado que yo no soy mis pensamientos, que separada de ellos hay otra Belén, si es que tiene nombre, que los puede observar a cierta distancia. ¿Qué parte de mí es esa? Lo ignoro. Quizá la ciencia occidental logre algún día dar una respuesta de laboratorio a esta inquietud, que han analizado distintos filósofos y variadas tradiciones espirituales. Porque también me parece que sacralizar la ciencia de un momento histórico concreto resulta tan pueril o tan soberbio como considerarse superior moralmente solo por el hecho de profesar una fe determinada. Que se lo digan a Galileo y a Miguel Servet.



jueves, 16 de julio de 2009

Botox

La actriz británica Rachel Weisz, que ganó en 2006 el Oscar a la mejor actriz de reparto por la estupenda película El jardinero fiel, opina en las páginas de Harper's Bazaar, que el botox debería ser una sustancia tan prohibida para los actores como los esteroides para los deportistas.

Este popular tratamiento antiarrugas consiste en inyectar en distintas zonas del rostro una cantidad reducida de toxina botulínica A, que está producida por la bacteria Clostridium botulinum. Pertenece a la familia de las neurotoxinas, es decir, a las que afectan al sistema nervioso. En este caso, provoca botulismo, cuyo principal síntoma es la parálisis muscular, que puede desembocar en muerte por asfixia. Para evitar accidentes, muchos fabricantes de conservas advierten en la tapa que si esta se encuentra abultada o si no suena un "pop" al abrirla evitemos ingerir su contenido.

Los especialistas en cirugía estética y los laboratorios que comercializan el botox aseguran que no implica riesgos para la salud, ya que la cantidad inyectada, que induce una parálisis temporal en ciertos músculos con el fin de reducir las arrugas faciales, es mínima y solo tiene un efecto local. Pero las personas que se aplican este tratamiento deben someterse una y otra vez a él si quieren disimular el paso del tiempo. ¿Han evaluado las consecuencias de la acumulación de esta toxina a lo largo de los años? ¿Se ha comprobado si pasa el torrente sanguíneo y se va acumulando en algún órgano vital? Sospecho que no.

Yo no soy tan drástica como Rachel Weisz, una atractiva mujer de 38 años. Respeto la decisión de quien quiere asumir ese riesgo. Creo que todos tenemos derecho a disponer de nuestra vida y de nuestro cuerpo como nos venga en gana. Es nuestra única propiedad relativamente inalienable. El principal instrumento de trabajo de los actores y las actrices es su cuerpo y me parece lógico que intenten mantenerlo en las mejores condiciones durante el mayor tiempo posible. Lo que dudo es que un rostro con la mitad de los músculos paralizados resulte el mejor vehículo para transmitir emociones.

Desde luego, como espectadora, me llegan más los surcos de Clint Eastwood que la boquita de piñón del bello Brad Pitt -del que no tengo noticias de que sea aficionado al botox pero me resulta inexpresivo en cualquier caso- o los ojos rodeados de arrugas de la sesentona Susan Sarandon que la máscara de cera en la que se ha convertido Nicole Kidman.

No me gustaría estar en la piel de Kidman. Y no lo digo solo por haber estado casada -y, según sus propias confesiones, eclipsada- con el egomaniaco y fanático Tom Cruise -por otro lado, todo un profesional del show business.

Si me pongo en el lugar de la actriz australiana, que nació el mismo año que yo, siento angustia. Quizá asociada al temor a quedarme sin trabajo, quizá al de perder para siempre mi deslumbrante belleza... ¿Es que acaso carezco de cualidades menos efímeras? Hace tan solo unos años los críticos de todo el mundo alabaron mi trabajo en Eyes Wide Shut -tan real y doloroso- y en Los otros. ¡Incluso gané un Oscar dando vida a la narizotas Virgina Woolf en Las horas!

Difícil papeleta la de Nicole en una época en la que en los países más ricos se da la contradicción de que la esperanza de vida es cada vez más elevada -según la OMS, Japón encabeza el ranking con una media de 83 años- y la población envejece más rápidamente al tiempo que ser joven es un valor en alza. En efecto, cuando uno es joven tiene sin duda más energía y en muchos casos más ilusiones que cuando tu cerebro presenta las cicatrices de numerosas decepciones. Pero aún no ha dado tiempo a conocer a las personas, a leer los libros, a ver las películas, a visitar los lugares y, sobre todo, a tener las experiencias que te harán más sabio... si la calidad de tus neuronas te lo permite, por supuesto, porque siempre hay casos perdidos que, más que evolucionar, involucionan.

No es casual que el botox esté más extendido entre las mujeres que entre los hombres. Que los galanes de las películas suelan ser diez años mayores que las protagonistas femeninas es algo que, a fuerza de contemplarlo, no merece comentarios. Pero que Tim Robbins sea doce años más joven que su esposa, Susan Sarandon, sí. Según algunos autores, debemos buscar la causa en un atavismo muy masculino: prefieren a las hembras -han leído bien: he dicho hembras, un término zoológico, no sociológico- que les garanticen una prole sana y numerosa, lo que equivale a los ejemplares más jóvenes. Puro instinto de conservación de la especie. Aunque, por fortuna, cada vez hay más hombres que machos -por supuesto, tanto mi pareja como mis familiares y amigos pertenecen a la primera categoría-, nuestra cultura está aún condicionada por criterios puramente biológicos.

Al margen de estas diferencias de género, casi todo el mundo conoce a alguien que lleva lamentando desde los 30 años los estragos de los años en su cuerpo. Son personas cargadas de tanta energía negativa como la mayoría de las noticias que leo que guardan relación con el paso del tiempo: cuando no se refieren al alzheimer nos alertan sobre el deterioro de las articulaciones. ¡Por no hablar de los anuncios de cremas antiarrugas que nos animan a utilizarlas desde los 25 años!

Pero también tengo la suerte de toparme en ocasiones con auténticos generadores de energía positiva. Hace un par de años coincidí durante una tarde con un hombre que no era especialmente culto. Su mujer lo había abandonado hacía año y medio, cuando tenía 42 años. Poco después lo habían despedido del trabajo. En aquel momento le sobraban unos 15 kilos. Como me consta que le ha sucedido a mucha gente en un momento de crisis vital, en lugar de hundirse en la miseria cogió una mochila y se fue a hacer el Camino de Santiago. Pero, antes de arriesgarse a provocarse una tendinitis crónica con las caminatas, había decidido ponerse en forma yendo a la piscina y paseando casi a diario. Cuando lo conocí, era un hombre enjuto e ilusionado, pues había conocido a una mujer separada y tenían planes de futuro no solo como pareja, sino también como socios. Las últimas noticias que tuve de él fueron que se habían materializado.

Este hombre me dio una lección que no había captado hasta entonces, ni siquiera escuchando a los intelectuales más brillantes: nunca es tarde para mejorar nuestra vida. Solo es cuestión de sacudirse la pereza y de trabajarse.

Hace unos días el transmisor de sabiduría fue el joven científico Diego Redolar, que realiza investigaciones sobre el cerebro en el Laboratorio del Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Con motivo de la publicación de su libro El cerebro cambiante, el diario ABC publicó una entrevista en la que, entre otras cosas, Redolar asegura que gracias a los últimos avances de las neurociencias se ha comprobado que el cerebro sigue siendo moldeable hasta la muerte y que se puede seguir ejercitando incluso a edades muy avanzadas. Y pone como ejemplo al violinista Pau Casals, que, muy lúcido a sus cien años, respondía que seguía tocando a diario porque percibía que hacía progresos.

Dos personas tan distintas como valiosas que dan testimonio de que las arrugas, las canas, la barriguita, los michelines, las contracturas y los despistes no son indicios de que estás acabado. Nicole, vence tus miedos y permite que las arrugas devuelvan a las pantallas a una mujer hermosa y fuerte.

lunes, 13 de julio de 2009

Ryan

Esta mañana ha muerto la tercera víctima española del virus H1N1. O quizá debería decir de la pésima gestión de la Sanidad pública: Ryan, el bebé que nació mediante cesárea el pasado 30 de junio, horas antes de que su madre, Dalila, falleciera como consecuencia de las complicaciones de la gripe A. El pequeño no presentaba síntomas de esta dolencia.

Ryan se recuperaba satisfactoriamente en la UCI infantil del hospital Gregorio Marañón de Madrid hasta que una enfermera que trabajaba por primera vez en esa unidad y que no tenía a alguien con experiencia que supervisase su trabajo le suministró anoche la leche con la que se le estaba alimentando por vía venosa en lugar de por vía nasogástrica. El personal de la UCI no se percató hasta que ya era demasiado tarde para salvar la vida del recién nacido.

El gerente del Gregorio Marañón, Antonio Barba, ha comparecido ante los medios de comunicación para anunciar que el centro asume "toda la responsabilidad" de "una negligencia que no tiene excusa". La Consejería de Sanidad va a abrir una investigación centrada en la actuación de la persona que cometió el error. No sé qué sentirá hoy esta mujer. Imagino que no estará precisamente tranquila. Pero lo que realmente me inquieta es que sea posible que la vida de un bebé que se encuentra en la UCI pueda estar en manos de un novato. ¿Quién asumirá esa responsabilidad?

Los empleados de este centro llevan meses denunciando recortes de plantilla debidos sobre todo al traslado de personal a los nuevos hospitales inaugurados por Esperanza Aguirre, esa mujer tan valiente que cuando, rodeada de guardaespaldas, se topa con una protesta laboral a la salida de uno de esos actos, se encara con chulería a la primera manifestante que no muestra maneras tan aristocráticas como ella.

Si al menos Madrid fuera un caso aislado, tendríamos el consuelo de poder culpar a la castiza presidenta de los males de la Sanidad. Pero, para nuestra desgracia, la situación es similar en todas las comunidades autónomas.

Gracias a la eficaz gestión de los recursos sanitarios por parte de las autoridades españolas, una joven familia ha quedado destrozada. Para más inri, el único miembro vivo tiene un nombre muy sospechoso, Mohamed. Al día siguiente de la muerte de su esposa, el diario ABC -haciendo gala de los valores cristianos que dice defender; por ejemplo, uno tan fundamental como el amor al prójimo- destacaba en portada las siguientes declaraciones del viudo (sacadas de contexto): "Quiero los papeles de la madre de Dalila porque su hijo la necesita". La buena mujer tiene la desfachatez de ser marroquí.

La cita suscitó todo tipo de comentarios racistas y xenófobos en las tertulias no solo mediáticas, sino de máquina de café. Muchos ignoran que el viudo es español. Y también deben de ignorar que los trabajadores extranjeros que residen en España cotizan a la Seguridad Social como ellos y que pagan el IRPF y todos los impuestos y tasas que abonamos los demás, siempre que el empresario que los haya empleado los tenga dados de alta, claro. Pero a lo mejor no les importa y hoy respiran aliviados. No van a tener a otra puta mora merodeando por "sus" centros comerciales, por "sus" vagones de metro, por "sus" parques, por "sus" calles...

A mí me gustaría saber en manos de quién está nuestra vida. Y no me refiero a los profesionales sanitarios, sino a los que ocupan los despachos del ministerio, la consejería y las empresas adjudicatarias de varios hospitales y de numerosos servicios de salud. Me da la impresión de que, después de todo, tenemos suerte, porque mueren menos personas de lo que cabría esperar con este deterioro tan descarado de una prestación básica.

jueves, 9 de julio de 2009

Gripe A

Una amiga y su familia han pasado la gripe A: su marido, su hija mayor y ella como un catarro fuerte; la pequeña, de ocho años, estuvo ingresada en un centro sanitario privado del norte de Madrid, donde le diagnosticaron asma. Al cabo de un par de días, aunque la niña tenía fiebre y dificultades respiratorias, le dieron el alta. Mi amiga es una mujer luchadora. Por eso, a las pocas horas la llevó al servicio de urgencias del hospital público La Paz. Tras hacerle varias pruebas que habían obviado los médicos de la clínica privada, diagnosticaron a su hija gripe A y neumonía. De no ser por el empeño de su madre, podría haber perdido la vida. Y todo porque los gestores de la elegante clínica a la que había acudido prefieren ahorrar en personal y en pruebas en lugar de en metros cuadrados por habitación.

Durante esos mismos días Dalila, una joven embarazada de 20 años, fue varias veces a los servicios públicos de salud de la Comunidad de Madrid con fiebre alta, dificultades respiratorias y dolor abdominal. Hasta la cuarta visita a urgencias no quedó ingresada en el hospital Gregorio Marañón. Le diagnosticaron una neumonía como consecuencia del virus H1N1 y empezaron a suministrarle antivirales. Su hijo está recuperándose en una incubadora, porque nació prematuramente a través de cesárea. Pero no conocerá a su madre. Fue la primera víctima mortal de esta dolencia en España.

Ayer se produjo en Canarias el segundo fallecimiento. Según los periódicos, era un hombre de 41 años con una patología crónica previa. Al contrario de lo que sucede con la gripe común, esta variedad parece afectar en mayor medida a los menores de 45 años. Sin embargo, al igual que sucede con aquella, la gripe en sí no es letal. Lo son las infecciones asociadas. Aunque se contagia con más facilidad, suele provocar síntomas más leves. Sin embargo, según supimos después de la muerte de Dalila, puede ser especialmente virulenta en el caso de las mujeres embarazadas. Hoy leo que podría suceder lo mismo con las personas con sobrepeso.

¿A quién se le ocurre estar gordo, con lo que molan los diseños que vemos en las principales pasarelas de moda? ¿Y quedarse embarazada, tal y como está el mundo?

Cuando se registraron los primeros casos en México y Estados Unidos de lo que en un principio fue bautizado como "gripe porcina", las noticias sobre esta cuestión ocuparon la primera plana de los diarios y abrieron todos los informativos de radio y televisión durante varios días. Los más aprensivos miraban con recelo a los compañeros de viaje que tosían o estornudaban en el autobús y el metro. Incluso mi empresa dio diez días de vacaciones a un empleado que acababa de regresar de unas vacaciones en México para que no se disparara el absentismo laboral a causa de la gripe A.

¡Tras el sida y la gripe aviar, una nueva peste mortal amenaza el planeta!

Tranquilos. Hay superhéroes que velan por nosotros: las compañías farmacéuticas. Para evitar la catástrofe contamos ya con dos aliados: el zanamivir y el osetamivir, principio activo del popular Tamiflú, que conocimos hace unos años como remedio para la gripe aviar. En esa ocasión, el Gobierno español adquirió diez millones de dosis de un medicamento que distribuye la suiza Roche pero cuya patente pertenece a la empresa estadounidense Gilead, entre cuyos fundadores figura el ex secretario de Defensa de EE.UU. Donald Rumsfeld. Además, se prevé que para octubre estén listas las primeras vacunas.

Entre los aficionados a las conspiraciones circulan los rumores sobre un virus creado artificialmente para llenar las arcas de las compañías farmacéuticas o para asesinar a Barack Obama (la gripe A fue identificada en México justo cuando el presidente estadounidense estaba visitando este país) y sobre los presuntos planes de Nicolas Sarkozy de imponer la obligatoriedad de vacunarse contra la gripe A a todos los ciudadanos franceses.

No discuto que los ejecutivos de las farmacéuticas no se hayan frotado las manos ante la pandemia (así la ha calificado la Organización Mundial de la Salud refiriéndose a la expansión de la enfermedad, no a su gravedad). Pero, pese a que el ser humano ha dado muestras a lo largo de la historia de ser capaz de desarrollar los planes más retorcidos para ganar dinero, en este caso me inclino a pensar que el H1N1 ha surgido espontáneamente debido a la facilidad con la que mutan los virus de la gripe: de la común, de la aviar, de la porcina y de las variedades que nacerán en el futuro. De hecho, si la gente se tiene que vacunar anualmente de la gripe no es porque se tenga que administrar una dosis de recuerdo, como sucede, por ejemplo, con la vacuna del tétanos. Se debe a que el virus se transforma y, por tanto, la vacuna del año anterior ya no protege del contagio.

En mi opinión, la información que se dio al principio sobre la gripe A fue inadecuadamente alarmista. ¿Por qué? La respuesta es quizá una combinación de varios factores: la afición de los medios de comunicación a magnificar cualquier hecho, por muy banal que sea -"el mejor partido de fútbol de la historia", "la peor crisis desde 1929"...-, los intereses comerciales de sus anunciantes y lo cómoda que resulta una población dócil a causa de un virus bastante extendido, el del miedo: al terrorismo islámico, a que el banco te embargue la casa, a que el vecino de rasgos asiáticos te quite el trabajo...

La gripe común ocasiona entre 250.000 y 500.000 muertes anuales. Todavía no he visto que este dato merezca un titular en primera plana. Según la OMS, hasta hoy se han producido en todo el mundo 470 muertes debidas a la gripe A. Y los países del hemisferio sur se encuentran ya en pleno invierno.

Ahora bien, el hecho de que los síntomas de la nueva gripe sean leves en la mayoría de los casos no resta responsabilidades a las autoridades sanitarias. Tras la muerte de Dalila, la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, y el consejero madrileño de Salud, Juan José Güemes, salieron a la palestra para asegurar que se había respetado el protocolo sanitario en el caso de la joven fallecida. Vaya, no había caído en lo afortunados que somos por disfrutar de un protocolo sanitario que permite enviar a su casa en tres ocasiones a una mujer embarazada con fiebre y dolor abdominal.

Esta misma semana me han llamado la atención dos artículos que ha publicado El País. El primero es una noticia de la sección local que señala que, según un estudio de la Asociación Médica Colegial (basado en datos oficiales estatales y autonómicos), en la última década el número de camas hospitalarias (tanto públicas como privadas) se ha reducido en un 23% en la Comunidad de Madrid. Y no es que la población haya decrecido precisamente.

Pero no es un caso aislado. Este es el encabezamiento de la segunda información a la que me refería: "La privada conquista la tarta sanitaria pública. PP y PSOE repiten modelo en todas las autonomías: externalizar servicios para sortear deuda y listas de espera". Asimismo, el reportaje recoge un dato muy significativo: según un informe de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública (que está integrada en gran medida por profesionales sanitarios), en 1980 las arcas públicas cubrían el 81% del gasto sanitario, mientras que en 2007 esta cifra se había reducido al 70%.

Los defensores del modelo privado de gestión sanitaria aducen que es más eficaz. Desde luego. Dar el alta a una niña de ocho años con fiebre y neumonía resulta de lo más eficaz... para forrarse a costa de la salud de los pacientes, cuando no de su vida.

No estoy en contra de introducir criterios de gestión racionales en la Sanidad ni en ningún otro sector. Tampoco estoy en contra de la iniciativa privada. Lo que me parece moralmente intolerable es que el lucro prevalezca sobre la vida de los pacientes. Y creo nadie puede discutirme que racanear pruebas e intervenciones y reducir plantillas y número de camas deteriora la calidad del servicio.

Sé por experiencia propia y ajena que tanto en la empresa pública como en la privada hay empleados trabajadores y brillantes y empleados incompetentes y vagos, gestores estupendos y gestores nefastos, gastos razonables y derroches absurdos... Por eso no veo en qué nos puede beneficiar que la Sanidad sea gestionada por entidades privadas.

El discurso político se ha pervertido tanto en los últimos años que defender una sanidad pública universal y de calidad hace que algunos te miren como si fueras la reencarnación de Stalin. Pues muy bien. Me importa un pito. Estoy convencida de que es un derecho fundamental. Al fin y al cabo, está ligado a garantizar la vida y el bienestar de los ciudadanos. Y si eso no es un objetivo básico para los políticos que defienden la Constitución a capa y espada, apaga y vámonos.

Pero he empezado aludiendo a la gripe A. Yo estoy bastante tranquila, la verdad, porque estoy casi segura de que, si la llego a padecer, será en su modalidad más leve. ¡Ay, no, que me sobran unos cuantos kilos! Uf, y encima he sido fumadora durante muchos años. ¡Vaya por Dios!

sábado, 4 de julio de 2009

Adicta

Me llamo Belén y soy adicta.

Todo comenzó una tarde de septiembre de 1982 en el patio de Carlitos. "¿Jugamos a las prendas?". Éramos tan pardillos con catorce años que los "castigos" más perversos que se nos ocurrían eran arrancar un fruto de la higuera que había en uno de sus extremos y aplastarlo con la mano. Cuando llegó mi turno, alguien dijo: "Fúmate un cigarro". No recuerdo cuál o cuáles de mis amigos de entonces fumaba ya, pero puedo reproducir palabra por palabra mi reacción nada más pasar la "prueba": "Nunca volveré a fumar". ¡Ilusa!

Veinte años más tarde me desperté durante varios días con las piernas arañadas. Mi ansiedad era tan enorme que ni los parches de nicotina, ni la homeopatía, ni la asistencia a las reuniones del grupo de apoyo municipal al que me había apuntado, ni la lectura de Es fácil dejar de fumar si sabes cómo, de Allen Carr -que, paradójicamente, murió en 2006 a causa de un cáncer de pulmón- evitaron que pasara un mes dificilísimo y que ahora tenga que someterme a un férreo programa de ejercicio y dieta para perder todos los kilos que he cogido desde que dejé de comprar tabaco. Y no se puede decir que no hiciera todo lo posible para que mi deshabituación fuera llevadera.

El empleo en los últimos años de herramientas como la tomografía de emisión de positrones para estudiar el cerebro de los fumadores ha permitido descubrir que cuando se da una calada a un cigarrillo la nicotina se une al 30% de los receptores de acetilcolina de tipo nicotínico (o nAChR). Ello produce una descarga de dopamina, un neurotransmisor asociado a los mecanismos de recompensa y, por tanto, al placer.

Fumarse un pitillo entero activa el 88% de los nAChR y consumir tabaco hasta hartarse eleva el porcentaje hasta el 99%. Este es el mecanismo que explica la adicción al tabaco. No conozco a ningún fumador que no se encienda un cigarrito en momentos de estrés. Y la nicotina no es una sustancia relajante, sino todo lo contrario. Pero dejar de consumirla provoca ansiedad. Por eso fumar nos relaja.

La liberación de dopamina que provoca la nicotina es similar a la que ocasiona el consumo de alcohol, de cocaína y de heroína. ¿Qué diferencias hay entre un adicto a la nicotina y un alcohólico? Sospecho que simplemente factores relacionados con la integración social, con los efectos que provoca en su conducta y con la velocidad a la que el consumo de cada una de estas drogas deteriora su organismo. Pero en lo que se refiere al "enganche" que provocan son parecidísimas.

Para colmo, sabemos que, aparte de la nicotina, el tabaco contiene más de 4.000 sustancias tóxicas, 19 de ellas carcinógenas y muchas aún sin identificar. Algunas son añadidas por los fabricantes para potenciar la naturaleza adictiva de sus productos. Actúan como una verdadera mafia. En 2001 el Parlamento checo aprobó un documento redactado por una agencia a sueldo de una de las principales tabacaleras del mundo, Philip Morris, en el que se ponía de relieve el gran ahorro que suponían para las arcas públicas las muertes prematuras de los fumadores: millones de dólares procedentes de pensiones de jubilación que nunca serían pagadas.

Pero las autoridades de muchos países han calculado lo que les cuestan los tratamientos contra el cáncer y las dolencias respiratorias y cardiovasculares que provoca el consumo de tabaco y no les salen las cuentas. Por eso en la mayoría de los países que se autodefinen como "civilizados" han puesto en marcha campañas antitabaco. Está muy bien que velen por la salud de los ciudadanos y por la de los presupuestos estatales, pero no me parece ni justo ni eficaz que en muchos casos lo hagan criminalizando a los fumadores, que, al fin y al cabo, son -somos- adictos.

Considero muy acertado tomar medidas para que los adolescentes no empiecen a fumar. También lo es proteger a los no fumadores de los malos humos del tabaco... pero sin histerias paranoicas ni tonterías como sustituir la característica pipa del cineasta francés Jacques Tati por un molinillo de viento en los carteles que anuncian en París una exposición dedicada a su figura.

El director de cine Achero Mañas, que fuma desde los doce años, ha rodado un documental en el que se incluye un análisis de la sangre de 25 fumadores y 25 no fumadores. El resultado es que el valor medio de cotinina (el producto resultante de la transformación de la nicotina en el organismo humano) que corre por nuestras venas es el equivalente al de un fumador de siete cigarrillos diarios.

No sé si este estudio tendrá un valor estadístico y científico plenamente válido, pero no se puede negar que los pulmones de los no fumadores están expuestos al humo del tabaco y que también repercute en su salud... al igual que lo hace el que sale de los tubos de escape de los coches de quienes desprecian el transporte público o de las supuestamente ecológicas centrales de conversión de biomasa en energía eléctrica para que mi vecino pueda pasar 24 horas diarias con el aire acondicionado encendido y las ventanas abiertas cuando los termómetros de la calle marcan 25 grados, mi empresa tenga su oficina en un edificio "inteligente" en el que no se pueden abrir las ventanas, con calefacción y aire acondicionado permanentes los 365 días del año, o mi ayuntamiento encienda decenas de miles de bombillas de colores en Navidad para que sigamos consumiendo por encima de nuestras posibilidades.

La mayoría de las campañas antitabaco me parecen estupendas, pero aún me parecería mejor que la Sanidad pública costeara las diferentes herramientas que existen para ayudar a los adictos a la nicotina que lo deseen a liberarse de su dependencia. Y no me refiero solo a los fármacos bupropión y vareniclina, sino también a métodos menos ortodoxos desde el punto de vista de la medicina alopática, como la hipnosis, la acupuntura o la fitoterapia.

Pero sobre medicinas alternativas ya escribiré otro día, porque ahora tengo que bajar a la farmacia a comprarme unos chicles de nicotina.