sábado, 22 de enero de 2011

Feminismo


Me preocupa haber oído a varias personas que enarbolan banderas progresistas despotricar del feminismo. Me preocupa oír decir a ciertas mujeres que no son feministas, sino femeninas. Quizá no se han parado a pensar que si no fuera por el movimiento feminista no tendrían voz ni derechos que hoy consideramos obvios. Hace tan sólo unas décadas, cuando yo era pequeña, mi madre no podía abrir una cuenta en un banco por ser mujer.

Hay mucha confusión en torno a este movimiento. Yo tengo la suerte de haberlo conocido un poco más que la mayoría de la gente gracias a mi contacto con varias personas vinculadas al feminismo. Por ellas sé que ver al hombre como un enemigo a batir no es feminista. Se puede amar a los hombres y ser feminista. Es más, se puede ser hombre y ser feminista. ¿O acaso para defender la igualdad entre las razas se exige pertenecer a alguna que sufra discriminación?

No es feminista, sin embargo, sostener que si las mujeres mandaran el mundo sería más justo. ¿Si las mujeres mandaran? ¿Qué mujeres? ¿Ana Patricia Botín? ¿Esperanza Aguirre? ¿Angela Merkel? A esto lo llamo yo pseudofeminismo.

El colmo de la estupidez pseudofeminista es sostener posturas cercanas a aquella cantinela idiota que algunas niñas repipis repetían en el cole: "Hurra, hurra, hurra, los chicos a la basura. Ra, ra, ra, las chicas valen más". Porque tiene tan poco sentido considerar superiores a las mujeres como a los hombres.

Este feminismo de pacotilla hace mucho daño al verdadero feminismo, al que compartimos hombres y mujeres que apostamos por la igualdad, al que sigue siendo necesario mientras sigan muriendo tantas mujeres a manos de sus parejas, mientras a las ministras se las critique por su corte de pelo o su vestuario en lugar de por sus actuaciones, mientras los puestos de responsabilidad en las instituciones privadas y públicas sigan copados por hombres y mientras siga existiendo un desequilibrio entre los sueldos de unos y otras.

De lo que sí estoy convencida es de que nos iría mejor a todos si primaran los valores asociados tradicionalmente a lo femenino -la solidaridad, la generosidad, la empatía...- en lugar de los asociados a lo masculino -la competencia, la ambición desmedida...-. Y digo "tradicionalmente" con toda la intención, porque, por fortuna, la frontera entre ambos se ha desdibujado y, al igual que hay mujeres, como doña Espe o la alemana Merkel, que han hecho suyos los segundos, hay muchos, muchísimos hombres cuya vida y cuyo comportamiento están regidos por los primeros.

Por todo ello, me declaro feminista, feminista y defensora y amante de las personas -hombres y mujeres- empáticas, generosas y solidarias.

viernes, 7 de enero de 2011

Provocando

"Anna Frank fumaba. La delató un vecino a la Gestapo cuando bajó a fumar al bar". Con esta estupidez tan grande se despachó ayer a través de Twitter el escritor y ex periodista Arturo Pérez Reverte contra la entrada en vigor de la norma que prohibe fumar en los espacios cerrados en nuestro país. No voy a rebatir una falacia semejante, porque no me parece necesario. Tampoco voy a pronunciarme sobre la ley, aunque quien haya leído otros artículos míos podrá intuir cuál es mi posición.

Lo que me ha provocado la nueva boutade del novelista es una reflexión sobre quienes no saben relacionarse más que a través de la provocación, pero no de la provocación innovadora, rompedora o desmitificadora que caracteriza muchas obras de arte vanguardistas, sino de la burda, simplona y borde que tanto practica este señor.

Me pregunto si los provocadores famosos y anónimos -muchos de ellos campan por foros y redes sociales en forma de troll- se creen tan por encima del bien y del mal como aparentan o si su actitud responde más a un profundo sentimiento de insatisfacción. Porque la mayoría parecen estar enfadados con el mundo. Da la sensación de que buscan aliviar su malestar provocándoselo a los demás a través de sus exabruptos. ¿O quizá sólo reclaman atención desesperadamente? No lo sé. En todo caso, creo que les iría bien bucear dentro de sí y resolver sus conflictos en lugar de proyectar sus demonios internos hacia el exterior. Pero, mientras se animan a hacerlo, me parece que lo mejor que podemos hacer para que nos molesten lo menos posible es, simplemente, ignorarlos.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Enemigo público













Las portadas de los diarios siguen estando protagonizadas, una semana después del bloqueo del espacio aéreo español, por quienes han pasado de ser una casta privilegiada a convertirse en el enemigo público número uno. El fiscal general del Estado ha anunciado hoy que va a pedir hasta ocho años de cárcel para los controladores aéreos que abandonaron al inicio del puente de la Constitución su puesto de trabajo en protesta por las medidas aprobadas por el Gobierno sobre sus condiciones laborales. Me parece un poco exagerado.

Tampoco tengo muy claro que estuviera justificado decretar estado de alarma para obligarles a volver a las torres de control. El daño ya estaba hecho: las compañías aéreas y las empresas de hostelería cifran en unos 500 millones de euros las pérdidas que han sufrido porque sus clientes no pudieron llegar a sus destinos. Quizá sea solamente un prejuicio sin fundamento, pero que un Gobierno recurra al Ejército y decrete estados de alarma para hacer frente a un conflicto laboral no me suena nada bien.

Sin embargo, no he abandonado un grupo de Facebook que se llama algo así como "Los controladores, a la puta calle". A la calle o a apechugar con las sanciones que prevea el Estatuto de los Trabajadores para quienes abandonan su puesto de trabajo sin justificación o con las posibles indemnizaciones que puedan reclamárseles, si es que se puede.

Los controladores han vivido como reyes cobrando unos sueldazos durante años y se han comportado como auténticos déspotas insolidarios a la hora de negociar sus condiciones de trabajo. Todos los gobiernos cedían a sus pretensiones ante el temor de que reaccionaran como lo hicieron la semana pasada. ¿Qué ha cambiado ahora para que Pepiño Blanco se enfrente a los controladores?

Detecto varias razones. La primera es que desde 2004 la Unión Europea está aprobando una serie de normas para implantar un cielo único europeo con el propósito, entre otros, de -cito textualmente la introducción a una norma europea de ese año- "reducir la fragmentación del control aéreo", alegando que "la disparidad de las normas y la organización, así como el enfoque nacional de la gestión del tráfico aéreo generan incoherencias y deficiencias que repercuten en el funcionamiento del mercado interior del transporte aéreo". Probablemente, cuando empiece a funcionar el cielo único europeo los controladores españoles no serán tan imprescindibles como hasta ahora, porque podrán ser sustituidos por compañeros de otros países.

Por otra parte, el famoso decreto aprobado por el Consejo de Ministros que parece ser que provocó la reacción de este colectivo prevé la creación de la empresa Aena Aeropuertos S.A., que -vuelvo a citar textualmente- "asumirá el conjunto de funciones y obligaciones que actualmente ejerce la entidad pública empresarial AENA en materia de gestión y explotación de los servicios aeroportuarios". ¿Y quién va a querer comprar una empresa en la que unos trabajadores resultan tan caros?

No defiendo en absoluto que el Estado venda empresas que son rentables y que hemos pagado todos durante años pasen a manos privadas. Pero, francamente, dudo mucho que, como he leído en algunos artículos, el conflicto con los controladores haya sido provocado por el Gobierno para desviar la atención sobre la privatización de Aena o para justificarla.

Si fuera la primera empresa o el primer servicio público que se privatiza... Pero hemos asistido impasibles a la venta de otras grandes empresas estatales, como lo fue en su día Telefónica, e incluso a la privatización -o, por decirlo de forma más fina y engañosa, el paso a la gestión privada- de hospitales y centros de salud y yo no he visto ninguna barricada ni ha caído ningún Gobierno por ello. Si a la gente no le importa que sus tratamientos médicos dependan de lo rentable que sea como paciente, no le va a quitar el sueño que los aeropuertos pasen a ser gestionados por una empresa privada, en vez de por una empresa pública, como sucede ahora.

También he leído que los controladores alegan que el decreto les obliga a recuperar las horas de baja médica, entre otros tremendos atropellos a su dignidad como trabajadores. Pues bien, me he ido al BOE a ver qué pone exactamente. Éste es el párrafo de la discordia: "La actividad aeronáutica anual no excederá de 1.670 horas, sin perjuicio de la posibilidad de ser incrementada con horas extraordinarias hasta un máximo de 80 horas anuales. En el cómputo de este límite anual de actividad aeronáutica no se tendrán en cuenta otras actividades laborales de carácter no aeronáutico, tales como imaginarias y periodos de formación no computables como actividad aeronáutica, permisos sindicales, licencias y ausencias por incapacidad laboral. Estas actividades, al no afectar a los límites de seguridad aeronáutica, se tomarán en consideración exclusivamente a afectos laborales".

Según lo entiendo yo, no es que se niegue a los controladores el derecho a estar de baja, sino que los días que lo estén no se descontarán del número de horas de actividad que pueden desarrollar como máximo antes de empezar a cobrar horas extras. Además, rebaja considerablemente el número de horas extras que pueden hacer al año, cuando éstas constituyen un porcentaje muy elevado de sus abultados salarios. Como sospechaba, al final todo se reduce a una cuestión de pasta. Ni seguridad aérea, ni derechos laborales ni nada de nada. Dinero puro y duro.

Que los dioses me libren de oponerme a que los trabajadores reivindiquen mejores salarios y condiciones de trabajo. Pero nunca me han gustado ni el corporativismo, mucho menos llevado al extremo, ni el recurso permanente al chantaje ni la insolidaridad. ¿O es que alguien ha visto alguna vez a un representante de los controladores aéreos solidarizarse con alguna causa ajena a sus propios intereses?

Por último -y, como decía antes, poniendo en duda que detrás de los sucesos de la última semana haya una especie de conspiración de ZP y sus secuaces para engañarnos a todos-, creo que al Gobierno le han hecho involuntariamente un gran favor los controladores, porque el conflicto le viene como anillo al dedo para intentar recuperar apoyo, en un momento en el que los resultados de las encuestas no pueden ser peores, enfrentándose a un grupo que se ha ganado a pulso la antipatía de una ciudadanía cansada de ser siempre la que paga el pato.

domingo, 4 de julio de 2010

Adolescentes

Llegan de viaje saltando, cantando, riendo... Bajan del autobus y se despiden como si no fueran a volver a verse en mucho tiempo, aunque probablemente mañana mismo quedarán en la boca de metro donde coinciden todos los sábados.

Besos, abrazos y risas otra vez. Antes de marcharse se hacen la última foto de grupo. Tienen 17 años y son felices, aunque algunos han tenido ya experiencias dolorosas.

Todo es posible. Su vida adulta acaba de comenzar y aún tienen abiertas todas las puertas.

Se rebelan, reclaman su autonomía, experimentan, aciertan, se equivocan, se quieren, se odian... Viven todo con una intensidad que nunca volverán a sentir.

A veces cometen imprudencias y corren riesgos. No son conscientes del peligro, se sienten inmortales. Por fortuna, para la mayoría simplemente todo esto forma parte de su proceso de aprendizaje.

Mientras, desde la otra orilla, seres oscuros y sin ilusiones arremeten contra "los jóvenes" como si la edad fuera una categoría moral. Y me pregunto si nacieron viejos o si la esperanza yace muerta en algún rincón de su memoria y simplemente los envidian.

No añoro mi adolescencia. Viví momentos muy dichosos, pero ahora también lo hago, quizá con un tipo de felicidad más sosegada. Tampoco reniego de ella. Lo que soy es consecuencia de todos mis errores y de todos mis aciertos, también de los de aquella época.

No me arrepiento de haber hecho cosas que ahora me parecen estúpidas. No me arrepiento de haber creído que todo era posible. No me arrepiento de haberme equivocado.

No me arrepiento de haber estado segura de que la gente a la que conocí en aquellas vacaciones iban a ser mis amigos para siempre aunque haga 20 años que no tengo noticias suyas ni me importe no tenerlas.

No me arrepiento de haber bebido, fumado, reído y bailado junto a personas que ya no forman parte de mi vida porque hemos evolucionado por caminos divergentes y no tenemos nada en común.

No me arrepiento de haber disfrutado y de haber sufrido junto a otras a las que, a pesar de la distancia o de que estamos ocupadísimos y nos vemos de tarde en tarde, me sigo sintiendo unida.

Espero vivir muchos años. Y, si llego a ser centenaria, estoy segura de que seguiré observando con simpatía a mis tatarasobrinos nietos. Seguiré apoyando sus planes, aunque me parezcan poco realistas, y que se hagan un corte de pelo extravagante para reafirmarse.

Y seguiré sintiendo que el corazón se me ensancha cuando me contagien su alegría, como me sucede ahora con mi sobrino adolescente, una de las personas más inteligentes, equilibradas, sensibles y empáticas que conozco. Tiene 17 años, pero ya le da cien mil vueltas a mis respetables y amargados vecinos de mediana edad. Y también a la mujer que soy ahora y a la adolescente que fui (en la imagen que encabeza este post). Seguro que cuando sea un cuarentón no se dedicará a poner a parir a los jóvenes.

miércoles, 30 de junio de 2010

Descargas


En mi anterior post defendía los derechos de autor, pero -sí, lo confieso- eso no significa que nunca me haya descargado una película (ni una serie de televisión) de Internet. Es más, lo hago a menudo. La experiencia de ir al cine y de compartir con amigos tus impresiones tras salir de la sala mientras te tomas una cerveza o un té es estupenda, pero también lo es pasar una tarde lluviosa de invierno tumbada en el sofá, con la mantita, disfrutando de una buena peli en la mejor compañía (o sola, que el cine acompaña mucho).

Fenómenos como el de la serie "Perdidos" demuestran -como comenta acertadamente Víctor Domínguez de Antonio en Suite 101 (http://series.suite101.net/article.cfm/el-alcance-de-la-serie-perdidos-en-espana)- que ha nacido una nueva forma de ver televisión... y también cine. Otro caso parecido, en cuanto a distribución, es la muy diferente pero excepcional "The Wire" (en la imagen), que solamente ha tenido un millón de espectadores televisivos en EE.UU., porque se emitió por cable, pero constituye toda una referencia y cuenta con decenas de millones de seguidores por otras vías en todo el mundo.

Mientras, las productoras se tiran de los pelos y no hacen más que quejarse de que el pirateo en Internet las va a llevar a la ruina... Será porque se empeñan en perpetuar un sistema caduco. Es verdad que abogo por abolir la irreflexiva idea de que los creadores tienen que trabajar gratis para nosotros. Y no creo que haya que poner fin a la exhibición de películas en las salas, pero sí ofrecer una alternativa de forma simultánea: poderlas ver también en casa por un precio razonable.

Ya hay alguna web que ofrece esta posibilidad, como Filmin, muy recomendable para los cinéfilos, que ofrece títulos de excelente calidad con unos meses de retraso respecto a su estreno por unos tres euros. Además, Filmin apuesta por los autores menos comerciales pero no por ello con películas o cortos de menor calidad.

Creo que habría que extender esta iniciativa al cine de palomitas, que, al fin y al cabo, es el que consume la mayoría de la gente. Y estrenar a la vez en salas y en la Red. Eso y exigir a las empresas de telecomunicaciones españolas mejores conexiones a Internet, porque en general son vergonzosamente malas y caras.

Estamos en una etapa de transición en el mundo de la comunicación y de la transmisión de la cultura y da la sensación de que los grandes actores de los sectores implicados dan bandazos de un lado a otro sin saber por dónde van a ir los tiros o se enrocan en el victimismo y el cabreo. Pues a mí me parece que la clave va a estar en el desarrollo de contenidos on line y que quienes se reinventen serán los que salgan indemnes de esta profunda crisis de modelo.

sábado, 10 de octubre de 2009

Derechos de autor


Hace unos meses un periódico digital preguntó a sus seguidores en Facebook si estarían dispuestos a manifestarse en defensa de los derechos laborales. "No, pero si es en contra del canon digital yo seré la primera", soltó orgullosa una cibernauta. Parece que a cierto tipo de personas les preocupa más que le cobren unos céntimos de euro por cada CD que compran que el hecho de que se pretenda solucionar la crisis que crearon los especuladores con un nuevo retroceso en nuestros derechos como trabajadores o que se haya extendido la idea de que la crisis está provocada porque los curritos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Me llama la atención que mucha gente esté dispuesta a salir a la calle a defender su supuesto derecho a ver películas gratis pero no unas condiciones de trabajo mínimamente dignas. De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda poner a parir a los creadores y a sus representantes. Si hay algo en lo que estén de acuerdo la derecha más rancia -esa que llama titiriteros a los actores, como si fuera un insulto- y un cierto tipo de progresía es en desprestigiar a las sociedades de gestión de los derechos de autor.

No seré yo quien defienda a la voracidad recaudatoria que muestra la SGAE en ocasiones. Creo que los autores tienen todo el derecho a recibir un dinero por su trabajo, pero no debería cobrarse ni un duro a un instituto por que sus alumnos representen una obra de teatro ni a un peluquero por hacer más agradable la estancia a sus clientes poniendo música. Es más, aunque no los conozco personalmente, Ramoncín y Teddy Bautista no me caen nada bien. Igual luego, en la distancia corta, ganan mucho, pero sus declaraciones suenan demasiadas veces muy prepotentes y bordes.

Sin embargo, creo que es necesario que alguien garantice que los creadores cobran por el trabajo que hacen. A lo mejor el canon digital no es la mejor fórmula ni las declaraciones que estos dos señores han hecho alguna vez han sido las más acertadas, pero creo que deberíamos valorar un poco más el trabajo intelectual.

Quiero pensar que la mayoría de la gente no se ha parado a reflexionar, quizá porque la información que recibe es interesadamente parcial, que los escritores, los músicos y los cineastas son tan trabajadores como el currito que coge el metro cada día a las siete y media de la mañana para ir a la oficina (muchos de ellos, la mayoría, compaginan su trabajo artístico con empleos más convencionales) y, por tanto, merecen recibir una compensación decente por lo que producen.

Hace tiempo me llegó una cadena de e-mails en la que ponían a parir a Alejandro Sanz y criticaban que quisiera ganar dinero con su trabajo cuando ya tiene bastante con su casa de Miami. A mí no me gusta especialmente su música ni siento una especial simpatía (ni antipatía) por él, pero es evidente que el chico hace disfrutar con sus canciones -que no aparecen escritas en sus partituras cada mañana por obra de unos enanitos mágicos que asaltan su salón por la noche- a millones de personas y, sobre todo, hace ganar mucho dinero a su discográfica.

También recibí hace unos años otra cadena en la que se auguraba un apocalíptico futuro sin bibliotecas públicas porque la malvada SGAE estaba detrás de un complot para que los escritores recibieran una cantidad por copia privada. Bueno, pues la iniciativa salió adelante y no han desaparecido las bibliotecas de la faz de la Tierra. Por otro lado, los derechos de autor de los libros no los gestiona la SGAE, sino otra entidad llamada CEDRO. A ver si nos informamos.

Lo que quizá sí debería cuestionarse es hasta qué punto es conveniente que sean entidades privadas las que prácticamente monopolicen la gestión de los derechos de autor a cambio de unos elevadísimos porcentajes que sirven en buena medida para financiar una estructura desmesuradamente grande o inversiones más o menos acertadas. ¿No sería más sencillo que, al igual que existe una oficina pública de patentes, existiera otra que gestionara los derechos de autor de cualquier creador?

La inmensa mayoría de los músicos no son Alejandro Sanz y la inmensa mayoría de los escritores no son Antonio Gala. La tirada del 90% de los libros no supera en España los mil o unos pocos miles de ejempares. Lo que perciben los autores está vinculado a las ventas de sus obras: cobran un porcentaje que suele ser, con suerte, entre un 7% y un 10%. Escribir un libro lleva meses, muchos, o incluso años. Hagamos cálculos. Si quieres hacerte rico, no te conviertas escritor.

En cualquier caso, yo prefiero gastarme 20 euros en un libro de Henning Mankell o en un disco de Leonard Cohen sabiendo que una parte (pequeña, pese a ser superventas y autores de prestigio) va a su bolsillo que pagar 90 euros por unas zapatillas Adidas que en realidad valen 10 para que Cristiano Ronaldo viva como un jeque árabe.

Porque Adidas patrocina al equipo que ha fichado al muchachito portugués, el Real Madrid, e hincha los precios de sus productos -que, por otro lado, suele fabricar en países empobrecidos subcontratando empresas que explotan a sus trabajadores, pero este asunto da para otro articulo-, entre otras cosas, para cubrir los gastos que le supone hacerse publicidad asociando su marca a este equipo. En fin, que cada vez que compras una camiseta Adidas te están cobrando un "canon balompédico"" para que Ronaldo se pegue la vida padre aunque no te guste el fútbol. Aún no he visto a nadie protestar por ello. Y este es solo un ejemplo sobre los muchísimos "cánones" que pagamos a diario.

Y seré una sosainas, pero desde luego prefiero que mi dinero vaya a parar a una persona que me induce a reflexionar, a abrir mi mente, a ampliar mis conocimientos o a emocionarme a través de la imagen, la palabra o la música que otra que se dedica a dar patadas a un baloncito... con todos mis respetos por los futboleros.

domingo, 19 de julio de 2009

San Pancracio

Mi frutero nació en Bombay. Es alto y amable. Tiene la piel oscura y sonríe a menudo. Hace unos meses, cuando llegó al barrio, no siempre le entendía cuando me hablaba, pero su castellano ha mejorado de forma espectacular desde entonces. En su tienda compro melocotones y sandías con un sabor tan dulce e intenso como los de la fruta que comía de pequeña.

Vivo en un barrio de clase media, esa ambigua categoría que engloba por igual a los jóvenes mileuristas y a los señorones que pasean sus todoterrenos por el asfalto de Madrid mirándonos desde lo alto con aire de marqueses.

Junto a la caja registradora mi frutero tiene una estampita de San Pancracio y una figura de plástico de la Virgen de Lourdes llena de agua bendita, una versión cutre de la que recuerdo que trajo mi abuela materna del santuario francés cuando yo tenía cinco años.

Cuando los vi mi primera reacción fue criticar mentalmente a la clienta que imaginaba que se los había regalado: una señora como la que me encontré una tarde en el establecimiento. "¿Qué patatas son mejores para freír?", preguntó ante dos cajas con precios distintos. "Las de la izquierda", respondió el hombre. "¿Seguro? ¿No me engañas?". No suelo intervenir en las conversaciones ajenas, pero en aquella ocasión no pude reprimir una exclamación tan vehemente que quizá mereció que alguien me dijera que me metiera en mis asuntos: "¡Señora, por favor, si son las más baratas!".

¿Qué grado de ignorancia es necesario para desconfiar de alguien simplemente porque no ha nacido en tu país o para respetarlo tan poco que tienes que imponerle tus creencias?, me pregunté indignada al ver la estampita.

Más tarde lo pensé mejor. Lo más probable es que el San Pancracio y la botellita con forma de Virgen de Lourdes fueran regalos de clientas agradecidas cuya única intención era transmitirle sus mejores deseos de la forma en la que les han enseñado a hacerlo, igual que mis abuelas rezaban por mí... o igual que yo volvía a ponerme la camiseta y los vaqueros que llevaba el día que hice aquel examen que me salió tan bien para garantizarme una buena nota en el siguiente.

¿Pura superstición? Seguramente. Pero con un objetivo loable en ambos casos.

Tiene que resultar muy tranquilizador confiar a un ser supremo tu destino, creer en su infinita bondad y generosidad, atribuir los tropiezos y las malas rachas a un creador invisible o a la mala suerte en lugar de a tus errores, estar seguro de que la muerte no es más que un tránsito hacia otra vida, confiar en que en el otro lado volverás a encontrarte con esas personas que desaparecieron y que echas tanto de menos... Yo no tengo esa suerte, pese a mi educación católica, quizá porque veo pocas personas que sigan lo que, según me enseñaron, es la gran máxima de la religión mayoritaria en mi país: amar a los demás como a uno mismo.

¿Aman a los demás quienes desean la cárcel para las adolescentes que abortan tras haber quedado embarazadas o para los médicos que las ayudan? ¿Aman a los demás quienes denuncian imaginarias conspiraciones contra su modelo de familia? ¿Aman a los demás quienes odian a quienes no piensan y no viven como ellos?

Por otro lado, quizá mi hiperdesarrollado sentido de la responsabilidad -o puede que el sentimiento de culpabilidad que impera en la cultura judeocristiana, otra tremenda contradicción- me incapacita para ceder mi destino a alguien ajeno a este mundo. Tampoco me convierte en defensora de la supervivencia del alma ninguno de los descubrimientos de las neurociencias. Ahora resulta que los pensamientos y las emociones son producto de reacciones químicas que se producen en el cerebro. ¿Qué sucederá cuando mi cerebro se apague?

Sin embargo, la práctica de la meditación -a la que dedicaré otro artículo- me ha demostrado que yo no soy mis pensamientos, que separada de ellos hay otra Belén, si es que tiene nombre, que los puede observar a cierta distancia. ¿Qué parte de mí es esa? Lo ignoro. Quizá la ciencia occidental logre algún día dar una respuesta de laboratorio a esta inquietud, que han analizado distintos filósofos y variadas tradiciones espirituales. Porque también me parece que sacralizar la ciencia de un momento histórico concreto resulta tan pueril o tan soberbio como considerarse superior moralmente solo por el hecho de profesar una fe determinada. Que se lo digan a Galileo y a Miguel Servet.



jueves, 16 de julio de 2009

Botox

La actriz británica Rachel Weisz, que ganó en 2006 el Oscar a la mejor actriz de reparto por la estupenda película El jardinero fiel, opina en las páginas de Harper's Bazaar, que el botox debería ser una sustancia tan prohibida para los actores como los esteroides para los deportistas.

Este popular tratamiento antiarrugas consiste en inyectar en distintas zonas del rostro una cantidad reducida de toxina botulínica A, que está producida por la bacteria Clostridium botulinum. Pertenece a la familia de las neurotoxinas, es decir, a las que afectan al sistema nervioso. En este caso, provoca botulismo, cuyo principal síntoma es la parálisis muscular, que puede desembocar en muerte por asfixia. Para evitar accidentes, muchos fabricantes de conservas advierten en la tapa que si esta se encuentra abultada o si no suena un "pop" al abrirla evitemos ingerir su contenido.

Los especialistas en cirugía estética y los laboratorios que comercializan el botox aseguran que no implica riesgos para la salud, ya que la cantidad inyectada, que induce una parálisis temporal en ciertos músculos con el fin de reducir las arrugas faciales, es mínima y solo tiene un efecto local. Pero las personas que se aplican este tratamiento deben someterse una y otra vez a él si quieren disimular el paso del tiempo. ¿Han evaluado las consecuencias de la acumulación de esta toxina a lo largo de los años? ¿Se ha comprobado si pasa el torrente sanguíneo y se va acumulando en algún órgano vital? Sospecho que no.

Yo no soy tan drástica como Rachel Weisz, una atractiva mujer de 38 años. Respeto la decisión de quien quiere asumir ese riesgo. Creo que todos tenemos derecho a disponer de nuestra vida y de nuestro cuerpo como nos venga en gana. Es nuestra única propiedad relativamente inalienable. El principal instrumento de trabajo de los actores y las actrices es su cuerpo y me parece lógico que intenten mantenerlo en las mejores condiciones durante el mayor tiempo posible. Lo que dudo es que un rostro con la mitad de los músculos paralizados resulte el mejor vehículo para transmitir emociones.

Desde luego, como espectadora, me llegan más los surcos de Clint Eastwood que la boquita de piñón del bello Brad Pitt -del que no tengo noticias de que sea aficionado al botox pero me resulta inexpresivo en cualquier caso- o los ojos rodeados de arrugas de la sesentona Susan Sarandon que la máscara de cera en la que se ha convertido Nicole Kidman.

No me gustaría estar en la piel de Kidman. Y no lo digo solo por haber estado casada -y, según sus propias confesiones, eclipsada- con el egomaniaco y fanático Tom Cruise -por otro lado, todo un profesional del show business.

Si me pongo en el lugar de la actriz australiana, que nació el mismo año que yo, siento angustia. Quizá asociada al temor a quedarme sin trabajo, quizá al de perder para siempre mi deslumbrante belleza... ¿Es que acaso carezco de cualidades menos efímeras? Hace tan solo unos años los críticos de todo el mundo alabaron mi trabajo en Eyes Wide Shut -tan real y doloroso- y en Los otros. ¡Incluso gané un Oscar dando vida a la narizotas Virgina Woolf en Las horas!

Difícil papeleta la de Nicole en una época en la que en los países más ricos se da la contradicción de que la esperanza de vida es cada vez más elevada -según la OMS, Japón encabeza el ranking con una media de 83 años- y la población envejece más rápidamente al tiempo que ser joven es un valor en alza. En efecto, cuando uno es joven tiene sin duda más energía y en muchos casos más ilusiones que cuando tu cerebro presenta las cicatrices de numerosas decepciones. Pero aún no ha dado tiempo a conocer a las personas, a leer los libros, a ver las películas, a visitar los lugares y, sobre todo, a tener las experiencias que te harán más sabio... si la calidad de tus neuronas te lo permite, por supuesto, porque siempre hay casos perdidos que, más que evolucionar, involucionan.

No es casual que el botox esté más extendido entre las mujeres que entre los hombres. Que los galanes de las películas suelan ser diez años mayores que las protagonistas femeninas es algo que, a fuerza de contemplarlo, no merece comentarios. Pero que Tim Robbins sea doce años más joven que su esposa, Susan Sarandon, sí. Según algunos autores, debemos buscar la causa en un atavismo muy masculino: prefieren a las hembras -han leído bien: he dicho hembras, un término zoológico, no sociológico- que les garanticen una prole sana y numerosa, lo que equivale a los ejemplares más jóvenes. Puro instinto de conservación de la especie. Aunque, por fortuna, cada vez hay más hombres que machos -por supuesto, tanto mi pareja como mis familiares y amigos pertenecen a la primera categoría-, nuestra cultura está aún condicionada por criterios puramente biológicos.

Al margen de estas diferencias de género, casi todo el mundo conoce a alguien que lleva lamentando desde los 30 años los estragos de los años en su cuerpo. Son personas cargadas de tanta energía negativa como la mayoría de las noticias que leo que guardan relación con el paso del tiempo: cuando no se refieren al alzheimer nos alertan sobre el deterioro de las articulaciones. ¡Por no hablar de los anuncios de cremas antiarrugas que nos animan a utilizarlas desde los 25 años!

Pero también tengo la suerte de toparme en ocasiones con auténticos generadores de energía positiva. Hace un par de años coincidí durante una tarde con un hombre que no era especialmente culto. Su mujer lo había abandonado hacía año y medio, cuando tenía 42 años. Poco después lo habían despedido del trabajo. En aquel momento le sobraban unos 15 kilos. Como me consta que le ha sucedido a mucha gente en un momento de crisis vital, en lugar de hundirse en la miseria cogió una mochila y se fue a hacer el Camino de Santiago. Pero, antes de arriesgarse a provocarse una tendinitis crónica con las caminatas, había decidido ponerse en forma yendo a la piscina y paseando casi a diario. Cuando lo conocí, era un hombre enjuto e ilusionado, pues había conocido a una mujer separada y tenían planes de futuro no solo como pareja, sino también como socios. Las últimas noticias que tuve de él fueron que se habían materializado.

Este hombre me dio una lección que no había captado hasta entonces, ni siquiera escuchando a los intelectuales más brillantes: nunca es tarde para mejorar nuestra vida. Solo es cuestión de sacudirse la pereza y de trabajarse.

Hace unos días el transmisor de sabiduría fue el joven científico Diego Redolar, que realiza investigaciones sobre el cerebro en el Laboratorio del Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Con motivo de la publicación de su libro El cerebro cambiante, el diario ABC publicó una entrevista en la que, entre otras cosas, Redolar asegura que gracias a los últimos avances de las neurociencias se ha comprobado que el cerebro sigue siendo moldeable hasta la muerte y que se puede seguir ejercitando incluso a edades muy avanzadas. Y pone como ejemplo al violinista Pau Casals, que, muy lúcido a sus cien años, respondía que seguía tocando a diario porque percibía que hacía progresos.

Dos personas tan distintas como valiosas que dan testimonio de que las arrugas, las canas, la barriguita, los michelines, las contracturas y los despistes no son indicios de que estás acabado. Nicole, vence tus miedos y permite que las arrugas devuelvan a las pantallas a una mujer hermosa y fuerte.

lunes, 13 de julio de 2009

Ryan

Esta mañana ha muerto la tercera víctima española del virus H1N1. O quizá debería decir de la pésima gestión de la Sanidad pública: Ryan, el bebé que nació mediante cesárea el pasado 30 de junio, horas antes de que su madre, Dalila, falleciera como consecuencia de las complicaciones de la gripe A. El pequeño no presentaba síntomas de esta dolencia.

Ryan se recuperaba satisfactoriamente en la UCI infantil del hospital Gregorio Marañón de Madrid hasta que una enfermera que trabajaba por primera vez en esa unidad y que no tenía a alguien con experiencia que supervisase su trabajo le suministró anoche la leche con la que se le estaba alimentando por vía venosa en lugar de por vía nasogástrica. El personal de la UCI no se percató hasta que ya era demasiado tarde para salvar la vida del recién nacido.

El gerente del Gregorio Marañón, Antonio Barba, ha comparecido ante los medios de comunicación para anunciar que el centro asume "toda la responsabilidad" de "una negligencia que no tiene excusa". La Consejería de Sanidad va a abrir una investigación centrada en la actuación de la persona que cometió el error. No sé qué sentirá hoy esta mujer. Imagino que no estará precisamente tranquila. Pero lo que realmente me inquieta es que sea posible que la vida de un bebé que se encuentra en la UCI pueda estar en manos de un novato. ¿Quién asumirá esa responsabilidad?

Los empleados de este centro llevan meses denunciando recortes de plantilla debidos sobre todo al traslado de personal a los nuevos hospitales inaugurados por Esperanza Aguirre, esa mujer tan valiente que cuando, rodeada de guardaespaldas, se topa con una protesta laboral a la salida de uno de esos actos, se encara con chulería a la primera manifestante que no muestra maneras tan aristocráticas como ella.

Si al menos Madrid fuera un caso aislado, tendríamos el consuelo de poder culpar a la castiza presidenta de los males de la Sanidad. Pero, para nuestra desgracia, la situación es similar en todas las comunidades autónomas.

Gracias a la eficaz gestión de los recursos sanitarios por parte de las autoridades españolas, una joven familia ha quedado destrozada. Para más inri, el único miembro vivo tiene un nombre muy sospechoso, Mohamed. Al día siguiente de la muerte de su esposa, el diario ABC -haciendo gala de los valores cristianos que dice defender; por ejemplo, uno tan fundamental como el amor al prójimo- destacaba en portada las siguientes declaraciones del viudo (sacadas de contexto): "Quiero los papeles de la madre de Dalila porque su hijo la necesita". La buena mujer tiene la desfachatez de ser marroquí.

La cita suscitó todo tipo de comentarios racistas y xenófobos en las tertulias no solo mediáticas, sino de máquina de café. Muchos ignoran que el viudo es español. Y también deben de ignorar que los trabajadores extranjeros que residen en España cotizan a la Seguridad Social como ellos y que pagan el IRPF y todos los impuestos y tasas que abonamos los demás, siempre que el empresario que los haya empleado los tenga dados de alta, claro. Pero a lo mejor no les importa y hoy respiran aliviados. No van a tener a otra puta mora merodeando por "sus" centros comerciales, por "sus" vagones de metro, por "sus" parques, por "sus" calles...

A mí me gustaría saber en manos de quién está nuestra vida. Y no me refiero a los profesionales sanitarios, sino a los que ocupan los despachos del ministerio, la consejería y las empresas adjudicatarias de varios hospitales y de numerosos servicios de salud. Me da la impresión de que, después de todo, tenemos suerte, porque mueren menos personas de lo que cabría esperar con este deterioro tan descarado de una prestación básica.

jueves, 9 de julio de 2009

Gripe A

Una amiga y su familia han pasado la gripe A: su marido, su hija mayor y ella como un catarro fuerte; la pequeña, de ocho años, estuvo ingresada en un centro sanitario privado del norte de Madrid, donde le diagnosticaron asma. Al cabo de un par de días, aunque la niña tenía fiebre y dificultades respiratorias, le dieron el alta. Mi amiga es una mujer luchadora. Por eso, a las pocas horas la llevó al servicio de urgencias del hospital público La Paz. Tras hacerle varias pruebas que habían obviado los médicos de la clínica privada, diagnosticaron a su hija gripe A y neumonía. De no ser por el empeño de su madre, podría haber perdido la vida. Y todo porque los gestores de la elegante clínica a la que había acudido prefieren ahorrar en personal y en pruebas en lugar de en metros cuadrados por habitación.

Durante esos mismos días Dalila, una joven embarazada de 20 años, fue varias veces a los servicios públicos de salud de la Comunidad de Madrid con fiebre alta, dificultades respiratorias y dolor abdominal. Hasta la cuarta visita a urgencias no quedó ingresada en el hospital Gregorio Marañón. Le diagnosticaron una neumonía como consecuencia del virus H1N1 y empezaron a suministrarle antivirales. Su hijo está recuperándose en una incubadora, porque nació prematuramente a través de cesárea. Pero no conocerá a su madre. Fue la primera víctima mortal de esta dolencia en España.

Ayer se produjo en Canarias el segundo fallecimiento. Según los periódicos, era un hombre de 41 años con una patología crónica previa. Al contrario de lo que sucede con la gripe común, esta variedad parece afectar en mayor medida a los menores de 45 años. Sin embargo, al igual que sucede con aquella, la gripe en sí no es letal. Lo son las infecciones asociadas. Aunque se contagia con más facilidad, suele provocar síntomas más leves. Sin embargo, según supimos después de la muerte de Dalila, puede ser especialmente virulenta en el caso de las mujeres embarazadas. Hoy leo que podría suceder lo mismo con las personas con sobrepeso.

¿A quién se le ocurre estar gordo, con lo que molan los diseños que vemos en las principales pasarelas de moda? ¿Y quedarse embarazada, tal y como está el mundo?

Cuando se registraron los primeros casos en México y Estados Unidos de lo que en un principio fue bautizado como "gripe porcina", las noticias sobre esta cuestión ocuparon la primera plana de los diarios y abrieron todos los informativos de radio y televisión durante varios días. Los más aprensivos miraban con recelo a los compañeros de viaje que tosían o estornudaban en el autobús y el metro. Incluso mi empresa dio diez días de vacaciones a un empleado que acababa de regresar de unas vacaciones en México para que no se disparara el absentismo laboral a causa de la gripe A.

¡Tras el sida y la gripe aviar, una nueva peste mortal amenaza el planeta!

Tranquilos. Hay superhéroes que velan por nosotros: las compañías farmacéuticas. Para evitar la catástrofe contamos ya con dos aliados: el zanamivir y el osetamivir, principio activo del popular Tamiflú, que conocimos hace unos años como remedio para la gripe aviar. En esa ocasión, el Gobierno español adquirió diez millones de dosis de un medicamento que distribuye la suiza Roche pero cuya patente pertenece a la empresa estadounidense Gilead, entre cuyos fundadores figura el ex secretario de Defensa de EE.UU. Donald Rumsfeld. Además, se prevé que para octubre estén listas las primeras vacunas.

Entre los aficionados a las conspiraciones circulan los rumores sobre un virus creado artificialmente para llenar las arcas de las compañías farmacéuticas o para asesinar a Barack Obama (la gripe A fue identificada en México justo cuando el presidente estadounidense estaba visitando este país) y sobre los presuntos planes de Nicolas Sarkozy de imponer la obligatoriedad de vacunarse contra la gripe A a todos los ciudadanos franceses.

No discuto que los ejecutivos de las farmacéuticas no se hayan frotado las manos ante la pandemia (así la ha calificado la Organización Mundial de la Salud refiriéndose a la expansión de la enfermedad, no a su gravedad). Pero, pese a que el ser humano ha dado muestras a lo largo de la historia de ser capaz de desarrollar los planes más retorcidos para ganar dinero, en este caso me inclino a pensar que el H1N1 ha surgido espontáneamente debido a la facilidad con la que mutan los virus de la gripe: de la común, de la aviar, de la porcina y de las variedades que nacerán en el futuro. De hecho, si la gente se tiene que vacunar anualmente de la gripe no es porque se tenga que administrar una dosis de recuerdo, como sucede, por ejemplo, con la vacuna del tétanos. Se debe a que el virus se transforma y, por tanto, la vacuna del año anterior ya no protege del contagio.

En mi opinión, la información que se dio al principio sobre la gripe A fue inadecuadamente alarmista. ¿Por qué? La respuesta es quizá una combinación de varios factores: la afición de los medios de comunicación a magnificar cualquier hecho, por muy banal que sea -"el mejor partido de fútbol de la historia", "la peor crisis desde 1929"...-, los intereses comerciales de sus anunciantes y lo cómoda que resulta una población dócil a causa de un virus bastante extendido, el del miedo: al terrorismo islámico, a que el banco te embargue la casa, a que el vecino de rasgos asiáticos te quite el trabajo...

La gripe común ocasiona entre 250.000 y 500.000 muertes anuales. Todavía no he visto que este dato merezca un titular en primera plana. Según la OMS, hasta hoy se han producido en todo el mundo 470 muertes debidas a la gripe A. Y los países del hemisferio sur se encuentran ya en pleno invierno.

Ahora bien, el hecho de que los síntomas de la nueva gripe sean leves en la mayoría de los casos no resta responsabilidades a las autoridades sanitarias. Tras la muerte de Dalila, la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, y el consejero madrileño de Salud, Juan José Güemes, salieron a la palestra para asegurar que se había respetado el protocolo sanitario en el caso de la joven fallecida. Vaya, no había caído en lo afortunados que somos por disfrutar de un protocolo sanitario que permite enviar a su casa en tres ocasiones a una mujer embarazada con fiebre y dolor abdominal.

Esta misma semana me han llamado la atención dos artículos que ha publicado El País. El primero es una noticia de la sección local que señala que, según un estudio de la Asociación Médica Colegial (basado en datos oficiales estatales y autonómicos), en la última década el número de camas hospitalarias (tanto públicas como privadas) se ha reducido en un 23% en la Comunidad de Madrid. Y no es que la población haya decrecido precisamente.

Pero no es un caso aislado. Este es el encabezamiento de la segunda información a la que me refería: "La privada conquista la tarta sanitaria pública. PP y PSOE repiten modelo en todas las autonomías: externalizar servicios para sortear deuda y listas de espera". Asimismo, el reportaje recoge un dato muy significativo: según un informe de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública (que está integrada en gran medida por profesionales sanitarios), en 1980 las arcas públicas cubrían el 81% del gasto sanitario, mientras que en 2007 esta cifra se había reducido al 70%.

Los defensores del modelo privado de gestión sanitaria aducen que es más eficaz. Desde luego. Dar el alta a una niña de ocho años con fiebre y neumonía resulta de lo más eficaz... para forrarse a costa de la salud de los pacientes, cuando no de su vida.

No estoy en contra de introducir criterios de gestión racionales en la Sanidad ni en ningún otro sector. Tampoco estoy en contra de la iniciativa privada. Lo que me parece moralmente intolerable es que el lucro prevalezca sobre la vida de los pacientes. Y creo nadie puede discutirme que racanear pruebas e intervenciones y reducir plantillas y número de camas deteriora la calidad del servicio.

Sé por experiencia propia y ajena que tanto en la empresa pública como en la privada hay empleados trabajadores y brillantes y empleados incompetentes y vagos, gestores estupendos y gestores nefastos, gastos razonables y derroches absurdos... Por eso no veo en qué nos puede beneficiar que la Sanidad sea gestionada por entidades privadas.

El discurso político se ha pervertido tanto en los últimos años que defender una sanidad pública universal y de calidad hace que algunos te miren como si fueras la reencarnación de Stalin. Pues muy bien. Me importa un pito. Estoy convencida de que es un derecho fundamental. Al fin y al cabo, está ligado a garantizar la vida y el bienestar de los ciudadanos. Y si eso no es un objetivo básico para los políticos que defienden la Constitución a capa y espada, apaga y vámonos.

Pero he empezado aludiendo a la gripe A. Yo estoy bastante tranquila, la verdad, porque estoy casi segura de que, si la llego a padecer, será en su modalidad más leve. ¡Ay, no, que me sobran unos cuantos kilos! Uf, y encima he sido fumadora durante muchos años. ¡Vaya por Dios!