
Frente a ellos, la explanada de Ventas, donde aún no habían empezado a hacer cola los fans del histriónico cantante, pero ya habían aparecido los puestos en los que podrían adquirir refrescos, agua o frutos secos... adornados por unas castizas banderas de España con el torito de Osborne.
"Cause this is thriller, thriller night. There ain't no second chance against the beast with forty eyes, girl...". Soplaba un viento suave que agitaba las banderas. El torito, uno de los símbolos más rancios de nuestro folclore, parecía estar a punto de lanzarse a practicar el moonwalk que popularizó Jackson.
La escena parecía el escenario de un sueño extraño, tan extraño como la sensación que había tenido esa mañana cuando, aún adormilada, puse la radio antes de meterme en la ducha y me enteré de la muerte de Jacko: una mezcla de compasión, curiosidad e incredulidad. Sus extravagancias y su megalomanía parecían tan eternas como las Torres Gemelas.
Cuando desaparece un símbolo de nuestro tiempo -y tanto el uno como las otras lo eran, para bien y para mal- tomamos plena conciencia de nuestra propia finitud. Y se nos abre una especie de agujero en la boca del estómago por el que asoma la incertidumbre sobre lo que nos espera al otro lado... o la certeza de que no nos espera nada.
Pero a este lado han quedado millones de personas que lloran la desaparición de un hombre infeliz que de pequeño no pudo jugar al basket con sus amigos del barrio porque siempre estaba trabajando con sus hermanos para alimentar la cuenta corriente de la Motown. Un hombre que con cincuenta años quería convertirse en un niño. Un hombre que tenía tantos miedos que salía a la calle con mascarilla. Un hombre que se quería tan poco que intentó cambiar el color de su piel y que se destrozó la cara a base de cirugía estética.
En mi estantería roja queda un vinilo que no escucho desde hace veinte años, aunque recuerdo la letra de casi todas sus canciones. Contiene algunas tan potentes como Beat it, que me sigue pareciendo un temazo aunque mis gustos musicales hayan variado a lo largo de este tiempo.
Y en mi memoria queda aquella tarde en la que mis amigas y yo flipamos viendo por primera vez el videoclip de Thriller, que dirigió John Landis -"Sí, tía, el de Un hombre lobo americano en Londres"- y que fue un hito en la historia de la música del siglo XX.